El poder de la justicia

Cuando se habla de tinieblas se está hablando de injusticias. Las personas vivían en las tinieblas y olvidadas en la oscuridad, teniendo la presencia de la muerte de manera constante en sus vidas. Aquellos que estaban con problemas familiares, económicos, que tenían problemas de salud o espirituales, no tenían cómo resolverlos; los demonios se manifestaban en el cuerpo de las personas y nadie sabía qué hacer; ellas tenían consciencia de que el mal estaba actuando, pero no sabían qué hacer. Quien estaba siendo víctima de una injusticia tenía que hacer una elección: o sufría con ella o hacía justicia por sus propias manos. El espíritu de la injusticia prevalecía.

Hasta que ese pueblo vio una gran Luz, que es el Señor Jesús, trayendo la justicia. Y quien creyó en esa Luz, por primera vez, pudo ver por fin a la injusticia teniendo un fin en sus vidas. Gracias a Dios esa Luz esta allí, ese poder que no se ve, no se toca y no se siente está a disposición de todos. Cuando mira al Altar usted no Lo ve, pero el Juez esta allí. Usted puede estar seguro de que la Justicia está allí porque Él es espíritu, como la fe es un espíritu.

Cuando la persona va a un tribunal y tiene una corte, aunque esté cubierta de razón, aun así hay un pavor porque todo puede suceder. Lamentablemente, la justicia mundana falla, al contrario de la Justicia Divina, en la que el Juez es infalible y poderoso, el Abogado nunca perdió una causa y es tan justo como el Juez. Por eso, quien anda en el camino de la justicia y de esa Luz, cuando es víctima de injusticia, se indigna y se lanza a todo o nada; no acepta bajo ninguna hipótesis que la injusticia prevalezca, y la señal de esa indignación es el sacrificio, porque nadie sacrificaría si no creyese en el poder de la Justicia que sale del Altar.

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